La relación que existe entre el hombre y la alimentación es de las primeras relaciones y funda lo humano empezando cuando el recién nacido no tiene aún la capacidad de verbalizar su sentir, dándose a nivel de sensaciones.

A través de la alimentación el bebé obtiene más que nutrientes, obtiene las sensaciones de ser amado, seguridad y protección.

Incluso dentro del vientre materno ya existe la relación entre la componente emocional afectiva y el alimento, a este respecto los programadores psiconeurolinguistas reconocen el plexo solar como el lugar de las emociones, es decir coinciden topográficamente el lugar de las emociones y el lugar de los alimentos dentro del vientre materno, ambos regulados por el sistema nervioso autónomo.

Una vez nacido, cuando la madre lo amamanta, lo que se presenta es mucho más que la simple ingestión y digestión de la leche. Durante el acto de alimentar a su bebé la madre proporciona un sostenimiento fisiológico y emocional (lo que el psicoanalista y pediatra Winnicott define el “holding materno”).

La madre lo toca, lo mira, le sonríe, lo besa; el bebé no sólo está

Alimentándose, también está vinculándose psicológicamente a su madre.

Experimenta saciedad, seguridad y confort entre otras, y viene iniciado en la relación básica con el mundo (de las personas, de los objetos y de los alimentos).

Las necesidades psicológicas básicas cuales la sensación de seguridad, protección y contacto humano para saberse amado se ligarán al acto de alimentarse y quedarán grabadas en el cuerpo a manera de huellas mnémicas que mediarán la relación, sujeto–alimento–afecto.

A través de la alimentación recibimos el cuidado que necesitemos, aprendemos a confiar en el amor y en la protección del otro.

A partir de estos primeros momentos de nuestra vida empieza el aprendizaje sobre la asociación entre alimento y emociones. En nuestra historia personal se pueden encontrar preferencias o elecciones alimentarias vinculadas con recuerdos emocionales, por ejemplo, un plato amado de la comida de la abuela o algo que rechazamos porque se asocia mentalmente a un feo recuerdo.

Estos ejemplos evidencian la relación dinámica entre emociones y comida.

Vinculo que no pertenece únicamente al ámbito circunscrito de la familia, sino que tiene influencias mucho más extensas

Efectivamente el aspecto biológico del alimento es sólo una determinación de su significado “real”. El contenido de este significado es mucho más rico y para entenderlo tendremos que ampliar un poco más nuestro ángulo de observación.

El alimento, lejos de poseer en la historia humana solamente una función nutritiva, se reviste de significación simbólica que se matiza dentro la familia y dentro la estela de cultura (ideas, costumbres y usos) en la cual el sujeto vive y se comunica con los demás.

¿Qué significa que la comida es un símbolo?

Un símbolo es un «fenómeno físico» revestido del «significado» intelectual, moral o religioso que se le confiere dentro de una cultura (por ejemplo, un trozo de carne de cerdo: prohibido por la cultura judía y musulmana, aceptado por la cristiana).

Cada símbolo contiene ideas, emociones, actitudes y aspiraciones.

Los mismos hábitos alimentarios son símbolos e incorporan símbolos: ideas de la obesidad, de la delgadez, del cuerpo atlético, del valor de los vegetales… de la cualidad del nutriente.

Alimento, por lo tanto, es a la vez:

1º un producto nutritivo (aspecto biológico: capaz de nutrir);

2º un producto apetecido (aspecto psicológico: capaz de satisfacer los sentidos y el apetito);

3º un producto acostumbrado (aspecto cultural: insertado en costumbres y generador de potencia simbólica). Todo ello simultáneamente hace del alimento un símbolo.

Que los alimentos tengan un “caracteres simbólicos” quiere decir, en definitiva, que tanto las actividades de los individuos como los productos de esas actividades no son “hechos físicos” mostrencos, sino hechos físicos “englutidos” en un todo de significaciones inteligentes y espirituales –intelectuales o morales, vividas de una manera más o menos consciente.

La alimentación por lo tanto llega a ser un lenguaje que habla materialmente de dimensiones espirituales.

 

Ofrendas de comidas y frutas permiten simbolizar el amor, la devoción y la fe hacia los dioses y propios difuntos

Considerar todo esto resulta de importancia fundamental si queremos hablar de alimentación consciente y de vida saludable.

Es poco probable que podamos cambiar nuestras costumbres alimentarias (aun quizás sabiendo que no favorecen nuestra salud) sin entender antes el significado global, el simbolismo y los hábitos particulares.

El alimento para los humanos jamás fue, no es y no será un simple alimento, debemos preguntarnos, ¿qué se come con aquello que se come?, ¿qué ganancia psicológica desea hacerse llegar mediante el subrogado llamado alimento? ¿cómo nos incorporarnos a la evolución de los alimentos y a los ritmos acelerado de la vida “moderna”?

Estas preguntas nos permitirán ofrecer un sentido a lo que vivimos y a la relación que instauramos con los objetos de nuestro entorno, ayudando a entender como los ritmos frenéticos y las propuestas de la comida rápida (fast food), la desorganización en los hábitos alimentarios, la perdida del sentido del tiempo biológico del lugar y del sabor, puede traducirse en la necesidad de alimentar a una alma angustiada y llena de necesidades secundarias.

Vuelve la importancia de hacernos consciente, de lo que somos (nuestra historia tanto familiar como cultural) y de lo que sentimos (las emociones y pensamientos que nos acompañan constantemente), para lograr deshacernos de los malos hábitos y orientarnos hacia una vida saludable. Por ser libres emocionalmente, para que seamos nosotros quienes decidimos y nos permitimos sentir las emociones, y no otros factores influyentes, es necesario un ejercicio continuo de atención plena.

La cornucopia, símbolo de abundancia y fortuna, se suele representar llena de flores y frutas