En los últimos tiempos no es inusual oír hablar de las componentes psicológicas que influyen en nuestra alimentación. En este mismo blog recientemente he comentado los estrechos vínculos entre comida y emociones (véase el articulo Alimentación conscientes).  Hoy quería profundizar un poco en el tema, partiendo de la observación de todo lo que pasa por nuestra «oralidad». Cierto es, usamos la boca no solo para comer sino también para respirar, para hablar. para besar… a través de nuestra boca nutrimos mucho más que solo el cuerpo biológico. Esta multiplicidad de funciones no es libre de influencias reciprocas. Nos nutrimos de alimentos, pero no únicamente. y esto ocurre desde el principio, tanto que algunos «alimentos», o algunas modalidad de alimentarse, quedaran marcada en nuestro inconsciente, orientando nuestras preferencias y nuestros rechazos, pero también nuestra modalidad de acceso a la experiencia.  

Desde nuestra infancia en el acto de alimentarnos no incorporamos solo alimentos, sino mas bien el encuentro con el Otro. Nos nutrimos de palabras, de atmósferas cargadas de sentimientos y deseos. En nuestra primera tapa de la vida el encuentro con el Otro orienta y satisface nuestras necesidades. Empieza en estos primeros momentos el juego reciproco entre el sujeto y el Otro, entre demanda de ser nutrido y respuesta de dejarse nutrir. Esta demanda se refiere a mucho mas que a las satisfacciones que reclama. Es la demanda de presencia o de ausencia.  La madre, o quien cuida del bebé (lo que en otros contextos se define el «caregiver»), tiene el privilegio de otorgar o negar  satisfacción. Este lugar de «todo lo puede», contribuye en transformar todo lo que ella concede o deniega en prueba de amor, mientras que la insatisfacción quedaría traducida como falta de amor.

Por la boca se expresa entonces la demanda oral, en una cadena significante. El ámbito de la alimentación deviene lugar de dialogo y también fuente inagotable de conflicto desde los primeros tiempos de la relación del niño con la madre. Porque entre la demanda de ser nutrido y la de dejarse nutrir aparece la primera diferencia, el niño sabe muy bien que tiene algo que puede rehusarle a la demanda de la madre de nutrir. En este enredo aparece la dimensión del deseo. El deseo que el sujeto tiene respecto a la nutrición y el deseo del Otro de nutrir. No solo de alimento sino de afecto, de comunicación, de relación. Deseo ser nutrido, deseas nutrirme, me nutres, me dejo nutrir..

En estas primeras dinámicas se fundan las bases de la relación con el objeto, cómo emprendo en la vida la búsqueda de esta sensación inicial de satisfacción perdida y que anhelo. Experiencia que en mi inconsciente queda representada como unión perfecta y primordial, símbolo de la fusión armónica con el objecto de amor. Las sensaciones que se han producido en el cuerpo (soma) del bebè desde estos primeros momentos de vida comenzaran a dejar huellas mnémicas (o representaciones) en el aparato psíquico, creando en sus conjuntos una especie de mapa formado por surcos. con las experiencias posteriores que tendremos, estos surcos se harán más complejos, desgastaràn, se profundizaran a medida que la energía pulsional (como agua en los cauces de un rio) se vaya cargando con representaciones en la búsqueda de revivir esta primera satisfacción. 

 

La gama de objectos (alimentos) a través de los cuales se desarrollará esta búsqueda se irá ampliando a medida que crecemos, pasando desde la leche materna a alimentos mas complejos y también saldrá del ámbito alimentario. Porqué a través del proceso de simbolización es posible desasirse del objeto, mitigar el dolor producido por esta perdida e implantar el deseo de buscar un objecto similar (no hay de extrañarse si los psicoanalistas relacionan el fumar con la satisfacción de un placer oral y la búsqueda de revivir la primeras experiencias de lactancias, aun esto discrepe con la imagen de personan dura y rebelde que por años se utilizó a nivel comercial por incentivar la industria del tabaco) .

Todo lo dicho anteriormente conlleva a que gran parte de las elecciones que se realizan para satisfacer una necesidad alimentaria se realicen de forma inconsciente, pues no solo se sacia el hambre biológica, sino también la emocional. Y como hemos visto todo anda en un conjunto. Las grandes dificultades del trabajo clínico y nutriológico residen en entender como el simbólico de cada uno se ha desarrollado y cuales asociaciones se han creado entre la comida, las relaciones y las emociones. Porque el simbólico es individual, ademas que colectivo y cultural.  Es en la historia personal de cada sujeto que las experiencias y los elementos cobran sentido.

Las experiencias vividas en atmósferas relajadas o de tensión, el uso de los alimentos como «sustitutos de amor» por ejemplo, la transmisión de ideales culturales sobre el cuerpo (de abarcan desde modelo de consumo hasta la búsqueda de modificaciones corporales en aras de adquirir un sentido de pertenencia) son las que influyen de alguna manera en nuestra historia individual. Por ello, la necesidad de alimentarnos se va convirtiendo en una combinación de hábitos y rituales que no siempre reforzaran la sabiduría con la que nacemos, la de saber cuando y cuanto necesitamos para estar bien y vivir en salud.   Revisar las proprias costumbres y crecer en consciencia nos puede ayudar a identificar cuando tenemos hambre de alimentos o cuando simplemente, lo que deseamos es «comer vida».